martes, 7 de septiembre de 2010

¡Maten al Muerto!


¡Maten al Muerto!
          Febrero 2004


¡Que llore su muerte quien quiera llorarla! pero que no nos vengan a decir que merece gran respeto su memoria por parte del pueblo de México y, que su desaparición, debe deplorarse por el sólo hecho de haber mal trabajado como Presidente.

Siempre, los mismos tradicionales comentarios: en el velatorio, en el panteón y en los rosarios del novenario:

“Fue un buen Presidente”, “Era buena persona”, “Dejó robar como Alemán”, “A mí me ayudó”, “Se le veía la generosidad en los ojos” “Las mujeres lo hicieron sufrir al pobre” “¡Qué malo Fox que no hizo acto de presencia!” (No le veo lo malo ya que no era amigo ni pariente de Fox).

¡Pobre! ¿Usar este calificativo de ¡pobre! al referirse a un ex Presidente que se murió después de vivir más de ochenta años en la riqueza, seguridad y confortabilidad política y de disfrutar el poder máximo mal gobernando a México?

¡Pobres de los pobres!, (de esos a los que él se refirió y que dejó peor que como los encontró), los que no tienen un pan para llevarse a la boca, los que vemos indiferentemente en la calle sufriendo frío, hambre y desolación. Pobres de los millones de indígenas, despojados, humillados y explotados y alcoholizados por los ladinos.

Esa vida de privación y angustia eternas de las grandes mayorías, es responsabilidad de los regímenes y de quien preside esos regímenes o sea del Presidente. Es buen momento la hora de su muerte para que el pueblo juzgue su insensatez y su desempeño aventurero y catastrófico dentro del terreno económico.

López Portillo fue un mal presidente y para cerrar con broche de oro la opereta que presidió durante seis años, nos endilgó al que fuera uno de los peores gobernantes que registra nuestra historia. Con sólo este último hecho, merece no tener descanso por toda la eternidad. Hasta nos olvidamos de Durazo.

Los descalabros de la economía durante su sexenio, es posible que él los hubiera incubado desde el régimen anterior en que fungió como Secretario de Hacienda y también es posible que sus deseos y proyectos en materia económica fuesen bien intencionados y que algunos resultados de su aplicación –de los proyectos-- hayan parecido momentáneamente fulgurantes pero, actuar con buena intención, en si, a nadie convierte en buen administrador.

El mismo David Ibarra Muñoz con quien compartió López Portillo su fracaso, no obstante ser un destacado economista (hoy), fue absorbido por el remolino de la administración anárquica y descabellada de los empréstitos del extranjero, otorgados principalmente para reestructurar la industria petrolera cuyos recursos futuros (hipotéticos) se maximizaron en tal forma, que se creyó que el monto de la deuda externa contraída, podía ser rápidamente amortizable, lo que desgraciadamente estuvo muy lejos de suceder.

A ninguno de los sabios economistas se le ocurrió pensar en una posible baja de los precios internacionales del llamado oro negro y por si fuera poco, del café, del algodón, del cobre y del plomo, precios que, (valga la redundancia), se desplomaron fatalmente de manera simultánea, siendo esos productos los que constituían las principales exportaciones y principales fuentes de divisas del país.

Los resultados del endeudamiento: la más alta inflación de la historia, hasta esa fecha, incluyendo los gobiernos de Guadalupe Victoria, López de Santa Ana, Pedro Lascuráin, Roque González Garza, Victoriano Huerta y el que usted guste y mande: 33 por ciento de promedio anual; devaluación abrupta del peso, cuya paridad con el dólar prometió defender López Portillo “como un perro” para decirlo con sus propias palabras, cosa que ya no fue posible y, de veinte por dólar al inicio del sexenio lo entregó a su sucesor a setenta por dólar, (una “mirruña” para lo que vino después); fuga de capitales (los fariseos de siempre); especulación con la divisa norteamericana; descapitalización de la banca privada y finalmente nacionalización del cascarón que dejaron los “honrados” banqueros.

¡El pueblo! El pueblo incrédulo al ver llorar a un Presidente a punto de entregar la estafeta, confesándose por no haber tenido un mínimo de civismo para servirlo con lealtad. Con todo el poder, con todo el dinero, con toda la riqueza nacional, ¿en nada pudo ayudar a los pobres? ¡Claro! Se pasó los seis años haciendo experimentos con la economía nacional, “que mal que mal” al inicio del sexenio, tenía cierta firmeza en la base, sobre la que pudo haber edificado el progreso.

Su obsesión y orgullo desmedido por la sangre de sus ascendientes naturales de Caparroso,
(comunidad de 3000 habitantes, municipio de Navarra, España), lo hacía olvidarse de que también tenía algo de mexicano. En contraposición, su folclorismo lo manifestaba involucrando deidades y personajes de las culturas prehispánicas en sus sentencias.

¿Encontrar defecto en sus frivolidades? Eso sí sería bajeza e hipocresía porque es difícil en nuestro país encontrar al que pueda lanzar la primera piedra. Eso es lo único que no debe importarnos y que es de su exclusiva responsabilidad.

¿Porqué en México nos empeñamos en ennoblecer a los que se mueren, por el sólo hecho de morirse? La muerte digna hay que ganársela. Hay de muertos a muertos y, hay muertos…. que merecen que los maten.

Dzunum.

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